martes, 13 de noviembre de 2012

¡Hasta siempre Nory, maestra!

Dicen que el martes 13 es un mal día. En este caso ha sido un día muy triste, porque el mal día fue el lunes 12, cuando nos dejó Dª Honoria Barrientos de Lera, para todos, Nory.

Con ella fuimos muchos los coyantinos que aprendimos a pintar al óleo. Lo hacíamos cada verano en el estudio que tenía en el patio de su casa de la calle de la Amargura. Cierto es que unos aprendieron más que otros, porque los que éramos más chicos nos solíamos distraer en el jardín bastantes ratos, haciendo alguna que otra trastada para disgusto de la dueña y profesora. No fueron pocas las regañinas, pero si a todo el mundo le regañasen como lo hacía Nory, viviríamos en un planeta más feliz, más humano. Su paciencia era infinita, casi tanta como su don para la pintura. 

Los inviernos descansábamos, pero al llegar la primavera el taller de Nory volvía a ponerse en marcha. Podías elegir las horas a la semana que acudías, en función de tu disponibilidad de tiempo o del coste, que no era mucho. Una vez allí, elegías el cuadro a pintar de entre centenares de láminas guardadas en grandes carpetas, siempre con asesoramiento de la maestra en función del grado de dificultad. Empezábamos con bodegones o paisajes sencillos, para ir pasando a los árboles, los reflejos del agua, los animales, las telas plegadas y los retratos para los más avanzados. Nory te mandaba llevar camisas grandes viejas, para que no te manchases con la pintura. Pinceles, lienzos, aguarrás y tubos de óleo los vendía ella misma al precio de coste en la tienda que los hubiese adquirido, aunque todos compartíamos de todo y para los colores raros, que se usaban una vez cada mucho, Nory nos los prestaba de su maletín. Como paleta servía una tabla de ocumen, todo allí era sencillez y funcionalidad.

Ella y sus alumnos éramos como una gran familia, todos admirábamos lo que conseguía el de al lado, todas las obras eran un poco de todos y en especial de Nory. Porque la maestra iba turnándose de uno en uno y enseñándole las técnicas que en ese momento le tocase utilizar. Su habilidad era pasmosa, te hacía en un minuto lo que tu llevabas intentando toda la tarde: un árbol, un cielo... 

Encima de una chimenea se colocaban los cuadros para secar una vez terminados. Era un lugar estupendo para mirarlos a suficiente distancia como para ver errores antes de "firmarlos", que era el ansiado objetivo. Cierto es que, como por arte de magia, la noche antes de la firma el cuadro evolucionaba sólo...: Nory le daba en secreto algún retoque que nos dejaba maravillados. Cuántas casas en Valencia de Don Juan, de este modo, tienen pinceladas de Nory. En ellas sigue y seguirá siempre con vida su espíritu.

Recuerdo con profunda emoción cuando a comienzos de la década de los 1990 se hizo una exposición de artistas coyantinos y Nory seleccionó algunas obras de sus alumnos. Y entre ellas escogió un "molino" pintado por mi (y por ella). Qué honor tener un cuadro colgado en la Casa de la Cultura, qué honor pertenecer públicamente a la Escuela de Nory.

Han pasado muchos años de aquello pero el recuerdo quedará presente en todos y cada uno de sus alumnos que ayer, hoy y mañana lloramos tu pérdida. Porque fuiste maestra de pintura, autodidacta y sin clases magistrales en el sentido de dictar apuntes o largas charlas, sino basándote en la práctica: se hace camino al andar. Pero lo que todos aprendimos verdaderamente de ti fue la humildad y el saber estar, por eso nos duele tanto tu ausencia, aunque siempre podamos recordarte en tus trazos, en las eternas pinceladas de Nory. DEP